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Encerrada tras sus propias vallas; se justifica CSP ante protestas

Redacción | Ciudad de México.- La presidenta Claudia Sheinbaum volvió a justificar la colocación de vallas alrededor de Palacio Nacional, esta vez bajo el argumento de “prevenir la violencia” durante posibles protestas del magisterio. Sin embargo, más allá del discurso de prevención, el cerco metálico parece simbolizar algo más profundo: el creciente aislamiento entre el poder y la ciudadanía.

Sheinbaum afirmó que las vallas son una medida para “evitar enfrentamientos” y proteger tanto a manifestantes como a policías. Pero esa narrativa se ha convertido en un guion repetido cada vez que se anuncia una movilización social. Detrás de los argumentos de seguridad, lo que se percibe es un mensaje de distancia, de contención ante el reclamo popular, de miedo a escuchar de cerca las voces que disienten.

El gobierno federal insiste en que “las puertas están abiertas al diálogo”, pero la imagen del Palacio amurallado contradice cualquier intención de apertura. Resulta paradójico que, en un país donde se presume respeto a la libre manifestación, se siga recurriendo a muros para proteger al poder del descontento. Las vallas, en lugar de ser una solución, se han vuelto un símbolo de desconfianza hacia la propia gente que se gobierna.

La mandataria también responsabilizó a “provocadores infiltrados” y “bloques negros” de los actos violentos en protestas anteriores, una explicación que suena más a excusa que a estrategia. Mientras tanto, la CNTE mantiene reclamos legítimos sobre condiciones laborales y educativas que no se resuelven con cercos de acero, sino con acuerdos y empatía.

En el fondo, las vallas no solo resguardan un edificio histórico, sino a un gobierno que cada vez parece más replegado en sí mismo. El Palacio Nacional, que debería ser símbolo del pueblo y del diálogo, hoy luce más como una fortaleza que teme ser cuestionada.

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